En prácticamente todas las empresas grandes - que no es lo mismo que grandes empresas -, también en muchas medianas y en algunas (pocas) pequeñas, se ejerce un rol asociado a la dirección financiera, que es el de controller.
Podríamos estar horas debatiendo sobre qué significa exactamente este rol, cuáles son sus funciones, cuál es su importancia dentro de las organizaciones o los diferentes enfoques que hay de la labor de control. Su evolución en el tiempo nos llevaría sin duda a profundizar mucho más, desde su nacimiento como mero ejecutor de una contabilidad analítica hasta su rol actual muy ligado a la decisión. Pero creo que, sin entrar en ello para no extendernos en demasía, todos tenemos una idea en la cabeza respecto al papel de control en cuanto a la asignación de recursos a las diferentes áreas de la compañía, siendo un participante clave en el proceso de presupuestación, y en cuanto a la revisión del uso de los mismos, convirtiéndose así también en un aspecto fundamental en la gestión.
Quedándonos en esta (muy) limitada interpretación del papel de este área, creo que en muchas ocasiones nos dedicamos a pensar que el controller es un tipo dedicado en exclusiva a que el resto de áreas no gasten, articulando esa obsesión a través de la hoja de cálculo, que es el único instrumento que lleva años siendo capaz de decir exactamente lo que queremos a través del método de la tortura sin límites. Y, en ocasiones, esto es cierto. Incluso a veces se incumple una máxima que se me quedó grabada de un profesor, que en medio del sopor infinito de un aula un viernes por la tarde, dijo que “si el coste de controlar es mayor que lo que controlas, no controles”.
Vamos, que si tu empresa se gasta 500 euros al año en bolígrafos, no contrates a un tipo por 50.000 para que te diga que reduzcas el gasto en bolígrafos. Si se gasta unos cuantos cientos de miles en ello, entonces hazlo sin dudar un instante; reducirás tu gasto en bolígrafos con seguridad, además de en otras cosas en las que no te habías fijado, amén de poder descubrir cosas como que estás vendiendo por debajo del precio de coste (ojalá no sea así, por supuesto, pero créanme que hay casos reales). Pongo el ejemplo de los bolígrafos porque yo creo que podemos decir que todas las empresas han optimizado casi al máximo su gasto en ese antiguo sumidero conocido contablemente como material de oficina, y ya es complicado ver esos armarios abiertos de par en par en los que tenían su hueco desde carpetas de colores hasta botes de pegamento. Y creo que a todos nos parece absolutamente normal que así sea, no tiene sentido que las empresas tiren el dinero a la basura de semejante manera.
Si continuamos con el ejemplo “de los bolis” y echamos un vistazo muy somero a los Presupuestos Generales del Estado en vigor (los de 2023, prorrogados para este año), nos encontramos con cosas como que entre el Congreso, el Senado, la Junta Electoral Central y el Defensor del Pueblo, pueden ejecutar en material de oficina la friolera de más de 40 millones de euros anuales. O que el Tribunal Constitucional puede gastar casi 600.000 mil euros en Material informático no inventariable…Imaginen si nos metemos a mirar uno por uno a todos los organismos públicos….
Y es que algo que nos parece tan de perogrullo en cualquier empresa como controlar los gastos superfluos, se nos escapa por completo en el caso de esa máquina de triturar nuestro dinero que es el Estado, que con el mensaje de marras por bandera - Sanidad y Educación - cuela en los Presupuestos Generales del Estado partidas que, en manos de un avezado controller serían motivo de infarto, a sabiendas de que prácticamente nadie va a reparar en ello y menos aún va a tener ninguna repercusión si tras reparar decide contarlo.
Tengo claro que esto es el chocolate del loro, pero simples partidas como esta nos deberían iluminar un poco sobre esa gran mentira en la que vivimos, esa mentira de la sanidad y la educación, esa farsa en la que estamos al servicio de miles de amigotes y estómagos agradecidos, esa falacia que nos debería hacer reflexionar y plantearnos si no ha llegado la hora de decir basta. Porque esto no va de azules, rojos, rosas, verdes, morados o naranjas; esto va de un cambio profundo que pasa, por necesidad, por un nuevo sistema en el que todos esos parásitos de cualquiera de esos colores dejen de ganarse la vida a costa de empeorar enormemente las nuestras. Ojalá algún día podamos verlo.
totalmente de acuerdo Rafa, y solo te ha faltado un "¡¡y viva la libertad carajo!!" ;-)