Otra vez
Es un hecho que en los últimos treinta y tantos años, las elecciones al Parlamento Europeo nos han importado a los españoles más o menos lo mismo que la existencia de vida en Saturno.
Mientras que la mínima participación histórica en unas generales fue del 66%, en la repetición de 2019, en las europeas ese mínimo se situó por debajo del 44% en 2014. Los máximos son del 80% en las generales del 82 frente al 68% de las europeas del 87, coincidentes con elecciones municipales, igual que ocurrió en 2019 cuando se alcanzó el 60%.
Creo que uno de los motivos fundamentales es que, en general, no hay demasiado noción de para qué sirve el Parlamento Europeo, lo cual reduce el interés en aquellos votantes que no son de camiseta y bufanda. Otro motivo claro es el descenso del voto localista, regionalista o nacionalista, al ser el votante consciente de que en circunscripción única su voto vale menos que cuando lo emite en circunscripción local o regional, amén de no tener total conocimiento sobre cuál es la coalición en la que se enmarca su partido.
También debemos tener en cuenta que no suele haber un fuerte esfuerzo de campaña por parte de los partidos políticos y es habitual que exista un bajo conocimiento de los candidatos, con excepción de algunos cabezas de lista a quienes se buscaba un retiro dorado en el mejor de los casos o una cariñosa patada hacia arriba en otros y en muchas ocasiones han sido elecciones trufadas con candidaturas exóticas (algo que este año no es excepción ni mucho menos). Y, finalmente, que las relaciones internacionales han sido más o menos normales, y consensuadas.
De forma que el sentimiento mayoritario consistía en pensar que nada de lo que pasara en el Parlamento Europeo tenía un gran efecto sobre nuestras vidas.
Todo apunta a que este año será diferente, y que es posible que en España se bata ese record histórico del año 87. Y todo ello por una sencilla razón, no estaremos votando en clave europea sino en clave nacional, porque de lo que pase el 9-J pueden depender muchos aspectos de nuestro futuro inmediato, comenzando por la cada vez más preocupante vuelta de las dos Españas.
En cualquier caso, no me atrevo con un pronóstico sobre el 10-J, no lo haría ni con los resultados en la mano; al fin y al cabo, todo va a depender de personajes, especialmente dos, absolutamente imprevisibles y capaces de idear jugadas que ni la IA es capaz de predecir.
Así que cerraré simplemente con un deseo: que llegue cuanto antes y nos dejen en paz, porque cada campaña es más insoportable. Al fin y al cabo, estamos casi en verano, dejen ya de hablarnos de fango que lo que nos apetece es mar.
Aunque, puestos a pedir, por qué no pedir imposibles: que de una vez se deje de tirar la pasta de esta manera y se hagan coincidir el máximo de votaciones posibles en una misma fecha. Unos cuantos euros nos ahorraríamos, amén del ahorro en número de días en los que nos hacen escuchar gilipolleces encadenadas.