No es difícil de entender
Muchos de ustedes saben que, además de darles el coñazo con las epístolas (como dicen algunos queridos, y cabrones, amigos), trabajo en una gran compañía. Una de esas a las que algunos, de forma despectiva, llaman del IBEX.
Y es, por ende, una de las que más personas emplea en España, aunque ni siquiera está en el top-10, un top en el que por cierto figuran hasta seis compañías que, o no forman parte del selectivo o ni siquiera cotizan, incluida una pública y, por supuesto, sin incluir ni al SEPE ni a la Seguridad Social ni al Estado, desgraciadamente los tres mayores “empleadores” del país.
Pero centrémonos en el IBEX-35. Según los últimos informes de los que se disponen, referentes al ejercicio 2022, y hablando siempre en números gruesos, las 35 empresas que componen el índice empleaban en ese momento en España a cerca de medio millón de personas (sin contar indirectos, ese es otro cantar), y tenían en ese momento una retribución media superior a los 60.000 euros anuales por empleado. No estimo que los datos hayan variado demasiado para 2023, ni tampoco es importante para la reflexión de fondo. Esto significa que, siendo ese el salario medio, no es difícil adivinar cuantas personas en estas compañías pueden ostentar un sueldo superior a los 90.000 euros anuales; y, repito, estamos dejando de lado otras grandísimas compañías no cotizadas o que no forman parte el índice, por lo que podemos dar por buena la estimación del INE (si fuera del CIS otro gallo cantaría, aunque estos están demasiado ocupados averiguando si se prefiere la tortilla con cebolla o sin ella) que nos dice que más de 300.000 personas en España tienen unos ingresos anuales superiores a los 100.000 euros.
Si a estas cifras le unimos las cifras retributivas de las cargas públicas en España, parece que la conclusión cae sola: la gente más brillante no está interesada en la política, porque puede ganar mucho más en la empresa privada. Por supuesto hay excepciones, pero la generalidad creo que es poco discutible; de hecho, las pocas excepciones suelen durar poco en el mundillo. Y, sin embargo, son estas personas quienes tienen que gestionar cantidades de dinero que ni de lejos se gestionan en una empresa privada, por parte de gente sobre el papel mucho más preparada que ellos.
Así, no es de extrañar que la cosa acabe como acaba, con Koldos por doquier; un pobre hombre que, de no haber medrado en la organización, ni de lejos engrosaría las estadísticas anteriormente citadas, un pobre hombre que no vio venir que cuando tocara comerse el marrón acabaría solo ante el peligro como tantos anteriormente, un pobre hombre que, como en todo iceberg, será lo único que podamos ver porque quienes le catapultaron seguirán formando parte de esa gran masa de hielo invisible.
Ni es el primer caso ni será el último, no al menos mientras nos sigamos tragando el cuento chino titulado la política es un servicio público; no al menos mientras no haya que acreditar méritos, experiencia e integridad para llegar a lo más alto, ni en tanto no se retribuya a quienes deben gestionar nuestro dinero de una forma suficientemente atractiva como para que tuviéramos la tranquilidad de estar en manos de los mejores.
Y, por supuesto, no mientras siga siendo legal y legítimo, en el actual sistema, que el mayor presupuesto del país quede en manos de, por ejemplo, un diplomado en magisterio con la friolera de tres meses de experiencia en tan noble oficio como paso previo a una vida de partido. ¿O acaso confiarían sus inversiones a un reputado cardiólogo? ¿O quizás estarían dispuestos a poner su cuerpo sobre una mesa de operaciones para ser arreglado por un afamado banquero? La respuesta ni es complicada ni es tan difícil de entender….