Los mejores o cualquiera
De tanto alabar las virtudes del sistema democrático, se ha pervertido tanto el término que algunas personas, entre las que me cuento, se han empezado a preguntar si de verdad es el mejor de los sistemas posibles, al menos tal y como está concebido hoy en día.
Una de las preguntas que me viene recurrentemente a la cabeza es si funcionan mejor las empresas privadas o el Estado, no solamente en España sino en general. Creo que la respuesta es obvia, la empresa privada funciona mejor, con sus cosas por supuesto. Y si funciona mejor es porque, en la mayoría de los casos, busca el máximo beneficio posible para sus accionistas, tratando de reducir todo lo posible las ineficiencias, a la vez que intentando garantizar el bienestar económico de sus trabajadores.
Y, no, las empresas no se rigen por el sistema democrático, sino que al menos sobre el papel, son gobernadas por los mejores, una suerte de aristocracia. Por supuesto las hay autócratas, digamos que casi todas las empresas pequeñas lo son, aunque algunos pequeños empresarios son conscientes de las bondades de acompañarse de lo mejor que esté en su mano; pero las empresas grandes, en general, son más aristocráticas que autocráticas, incluso aquellas que nacieron como pequeño negocio familiar y llegaron a ser grandes transatlánticos.
Si nos quedamos en esas compañías a las que podemos llamar aristocráticas, podemos concluir que quien aspire a formar parte de los mejores, tiene que haberse preparado suficientemente, y debe comenzar “picando piedra” hasta poder llegar a la parte alta de la pirámide; aquel que quiera participar en la elección de esos mejores, debe haber demostrado que puede ser parte de esa especie de consejo de sabios que toma las decisiones.
Una vez allí, todo aquel que haga un uso inadecuado del dinero de los accionistas será fulminado sin contemplaciones. No vale con enunciar un bonito propósito de compañía, no es suficiente generar un listado grandilocuente de valores, de nada sirve una preciosa cultura. Todo ello no es nada si no se genera beneficio. Nadie sobrevive a perder dinero un año detrás de otro, no hay directivo que pueda resistir a un uso opaco de los recursos a cambio de lanzar mensajes grandilocuentes. Y esto es algo que nos parece a casi todos que es lo adecuado, que así debe ser el gobierno corporativo. Es esa la confianza que genera en nosotros la pulsión de invertir en una compañía o, simplemente, de comprar sus productos o servicios, nadie nos obliga a poner un céntimo en aquello que nos genere desconfianza, en empresas que consideramos gobernadas injustamente, en compañías que consideramos mal gestionadas o incluso corrompidas.
Y sin embargo, aceptamos todo lo contrario cuando se trata del Estado. Mala gestión, falta de rigor en el uso de los recursos, corrupción….a cambio de meter un papelito en un sobre cada cuatro años, porque eso nos da el orgullo de ser demócratas. ¿De verdad es imposible que como sociedad exijamos algo más?
Sócrates, quien manifestó abiertamente sus dudas sobre la democracia y expuso las bondades de la aristocracia, fue condenado a muerte precisamente por un proceso democrático. Ironías del destino.