Libre competencia
Hubo un día en los años noventa en el que Airtel llegó al mercado español de telecomunicaciones. Y Telefónica, hasta entonces monopolio, se adaptó y compitió.
También llegó hace tiempo Air Europa. E Iberia hubo de competir.
A España vino H&M, y las huestes de don Amancio siguieron prevaleciendo en sana competencia.
Y así podríamos hablar de múltiples casos de libre competencia en cualquier sector, con casos en los que algunos respondieron a la entrada de otros jugadores adaptándose, me niego a decir con resiliencia, y luchando por su trozo del pastel pese a vivir acostumbrados a comerse la tarta completa hasta entonces.
Hasta hace bien poco, el sector del ferrocarril era el último mohicano en tanto en cuanto no había sido liberalizado como tantos y tantos antiguos monopolios. Un sector que bien podría mirarse en el eléctrico, en el que la empresa pública que tenía el monopolio hubo de virar su modelo de negocio hacia la explotación pura y dura de la infraestructura, dejando la comercialización para los nuevos competidores.
La liberalización del sector del ferrocarril ha dado lugar a un beneficio espectacular para los consumidores, pudiendo ahora hacer uso de la alta velocidad a un precio asequible para casi cualquier bolsillo; y eso es algo que se debe celebrar, porque permitirá a muchas más personas utilizar este servicio. No hay más que mirar a lo sucedido con el transporte aéreo, que desde la irrupción de muchas compañías con precios más asequibles ha hecho que subirse en un avión no se lleve por delante el sueldo de un mes de una familia media. Igual sucede con el AVE, que ha pasado de artículo de lujo a medio de transporte al alcance de cualquiera, permitiendo que una familia pueda hacer un Madrid-Córdoba y Córdoba-Madrid por menos de lo que gastaría en gasolina en dicho viaje - no es un ejemplo al azar sino real, vivido por mi mismo esta pasada Navidad.
A esto se puede responder de dos maneras: o bien poniendo a la empresa pública a competir, para lo cual requiere un ejercicio claro de abaratamiento de costes y racionalización de su pesada estructura. O bien actuando de matón de barrio, amenazando a los competidores sin más argumento que ándate con cuidado que aquí mandamos nosotros.
Que cada cual juzgue lo que es mejor para todos, y sobre todo, lo que ocurre en países que no hayan devenido en repúblicas bananeras.