Desinformar
Está de moda esto de la desinformación. Pero no, no pienso entrar en el Plan de (De)geneneración Democrática, porque ya está todo dicho.
Sin embargo, de forma casi simultánea a la presentación de esas 31 medidas discutidas y discutibles, ha llegado el CIS con dos barómetros, cuyo contenido y las reacciones habidas al mismo parecen dignas de analizar.
El primer barómetro nos dice lo de siempre, que si mañana se celebrara el engaño colectivo de cada cuatro años, el partido que ostenta la mayoría en el gobierno de coalición no ganaría las elecciones, sino que directamente arrasaría. Ni financiación interna, ni política exterior, ni gaitas.
Ya todo el mundo tiene claro de qué va esto, cuál es su rango habitual de acierto y que no hay ninguna consecuencia profesional para quien, de forma evidente, hace mal su trabajo. Por ello los medios, con independencia de su línea editorial, no van más allá de transmitir los números sin entrar en mayor análisis ni valoración.
Ahora bien, el segundo barómetro si que ha sido analizado, someramente eso si. Es la encuesta en la que se habla de aquello que los españoles consideran que son los mayores problemas. Y resulta que, según los resultados publicados, se considera como primer problema la inmigración, seguido por los problemas políticos, el desempleo y la crisis económica. Aunque la cuestión de los problemas políticos esconde cierta trampa, al figurar en octava y novena posición dos respuestas que bien podrían sumarse a la genérica acreedora de la medalla de plata: el mal comportamiento de los políticos, octava posición, y el Gobierno y los partidos, novena. Es decir, que a poco que se bucee un poco en el asunto, llegaremos a la conclusión de que casi la mitad de los encuestados considera que la actual clase política española, es su principal fuente de desvelo.
Sabiendo como sabemos lo bien que se las gastan en la cocina de JFT, la pregunta que podría ser pertinente no es otra que saber por qué JFT ha recibido la consigna de cocer los ingredientes de forma que el sabor predominante del plato a servir, sea la llegada de extranjeros procedentes de África a España. Es evidente que ocultar que los mismos que ordenan el menú a ofrecer son el principal problema puede ser una parte esencial de la respuesta; pero es algo tan de perogrullo, que lleva inmediatamente a pensar que hay algo más, que existe un interés porque el mensaje sea este, y que algo inesperado se avecina en la política seguida alrededor de este asunto.
Con estas premisas, basta darse una vuelta por diarios afines al chef y por cabeceras que siempre han aborrecido sus platos. El efecto del nuevo sabor es demoledor. Quienes siempre han alabado la gama servida, ahora se rasgan las vestiduras, ponen en duda los métodos del cocinero y critican sin piedad que las preguntas inducen a la gente a manifestar esta opinión; y, por supuesto, sacan a relucir el comodín, todo es culpa de la extrema derecha. Por contra, quienes en todo momento han presumido de que el cocinero servía poco menos que bazofia, ahora ponen en alto valor las conclusiones, urgiendo a arreglar el problema.
A unos se acusará de desinformación, a otros quizás no. Pero casi nadie reparará en el fondo del asunto: el origen real de la desinformación.
Una vez más, (re) bienvenidos a 1984.