Nunca he sabido muy bien el qué ni el por qué, pero hay algo en mi desde muchísimos años atrás que me une a la Argentina; no lo puedo explicar porque ni yo mismo lo entiendo, pero tengo la sensación de que de no haber sido español hubiese sido argentino. Ojo, pese a ese hilo invisible, no lo cambio.
He tenido la oportunidad de visitar varias veces el país; tuve la inmensa suerte de que fuese el destino en mi viaje de boda, recorriendo los lugares más emblemáticos del este del país de norte a sur, desde el Iguazú hasta la Patagonia y quedándome solamente la espina clavada de no conocer lugares con seguridad increíbles como Salta o Mendoza. Posteriormente he podido volver en varias ocasiones a Buenos Aires por laburo. Y todas esas visitas no han hecho sino reforzar mi querencia por el país.
Ese sentimiento me ha llevado a terribles dicotomías en lo futbolístico, al ser dos de los tres grandes referentes históricos del fútbol argentino jugadores del Barcelona, máxime cuando al otro grande, que militó en el Real Madrid y cambió la historia, no tuve la suerte de poder verlo jugar; muestra de ello es que en el reciente mundial me debatía entre no soportar el triunfo del ídolo culé por antonomasia y querer alegrarme por “mi” Argentina.
Y ese sentir ha llevado a que desde hace tiempo me haya dolido enormemente la situación política, social y económica del país. Recorrer la Argentina es comprobar las inmensas posibilidades que tiene el país, desde las enormes llanuras de la Pampa y su increíble capacidad agrícola y ganadera, hasta sus posibilidades pesqueras, pasando por su enorme capacidad de generación energética y terminando por un enorme potencial turístico. En resumidas cuentas, lo tenía todo para ser la gran potencia económica de Sudamérica y una de las grandes economías a nivel mundial, tal como fue a principios del siglo XX. Pero desde 1930 aproximadamente arrastra graves problemas políticos y de gestión, que si bien tienen su germen máximo en el peronismo a partir de la segunda mitad de los años 40, no es menos cierto que con gobiernos ideológicamente distantes del legado de Evita y Juan, incluidos los militares, ha existido también el denominador común que marca el declive del país: una terrible tasa de inflación agravada por políticas de tremendo gasto social amparadas en la emisión de moneda sin control y el endeudamiento como modo de vida. Y especialmente amplificadas en la etapa peronista actual, sin excluir para nada la etapa del teórico gobierno de centroderecha de Macri, que fue casi más socialista que los kirchneristas.
Con este panorama enfrentaba Argentina las elecciones presidenciales del 22 de octubre, pero con una gran novedad. Las encuestas no están lideradas por el peronismo, tampoco por la representante de ese centroderecha en la teoría socialista en la práctica; están lideradas por Milei, a quien se ha tachado de ultraderechista por sus postulados en materia social y su enfrentamiento declarado con los mantras woke. Pero no está en cabeza por eso, está ahí por sus propuestas liberales en materia económica, comenzando por un fuerte adelgazamiento del Estado, del gasto improductivo y del modelo de generación de pobreza sostenida por el subsidio público; eso es lo que ha llevado a muchos argentinos a poner sus esperanzas en él como medio para salir de la crisis continuada en que se hayan inmersos. Porque sienten que ha llegado el momento en el que poder llegar a fin de mes es más importante que una agenda social que luce colorida en las tapas de sus abundantes tomos pero se torna en el negro más absoluto al abrirla y analizar las consecuencias de su interior.
El debate es fuerte, y por supuesto no esquivo a posicionamientos internacionales de todo tipo. Entre ellos, llama la atención el pronunciamiento del Papa Francisco, que si bien es argentino no es menos cierto que no suele prodigarse en las campañas electorales, afortunadamente. En esta ocasión lo ha hecho, tachando a Milei de payaso mesiánico y de flautista de Hamelin, pidiendo de esta forma el voto de manera indirecta para sus contendientes. No sabremos que efectos tendrá esto, pero creo que flaco favor le hace el Papa a la Iglesia con este tipo de pronunciamientos.
A estas horas es posible que ya sepamos los resultados electorales, solamente espero que puedan traer a la querida Argentina una salida a su situación. No sé si Milei es la solución o es un nuevo problema, lo que tengo claro es que haciendo lo mismo no se pueden esperar resultados distintos.
Aquí en España, a un nivel menos intenso (como en Argentina es imposible) ocurre lo mismo. Al menos nos queda la oportunidad de ver, si gana Milei finalmente, si esas recetas "nuevas" se pueden implantar o el status quo se lo impide; y, si logra implantarlas, si son eficaces y hasta qué punto. Personalmente creo que los partidos grandes en España deberían mirar de cerca lo que ocurra, por aquello de las barbas del vecino.....